febrero 15, 2014

Seis am

La calle siempre ha de ser un río de sangre
y encuentro cierta similitud en ella sobre la mesa
cuando expongo mi talante y mi palpitante carne.

Y mi amor es así de soez y sencillo
una fumarola de espeso latir y alquitrán
o el llanto de un hombre cual niño perdido;
mi amor es la ausencia y es la ola del mar
compartiendo lado a lado el taxi.

Algunas veces, lloro, he de confesarlo,
y me guarezco desnudo de lluvias tersas
en la piel del demonio con cara de bardo
que me recrea jugosos campos de fresas.

Y ahora que estoy borracho y están por dar
ya la seis y no levanta mis ganas la mañana,
pienso en lo triste del amor y en la finura de la sal
que se cosecha entre el cigarrillo y la caña.

Pero las calles son siempre más y ahondan
más que el vuelo del colibrí que diurno ronda
las flores ya deshechas que perdieron su miel
en la enramada vida en los huesos ya sin piel.

Pero mi amor sigue cantando febril y encantado,
esperando la sombra y el surco nacarado de la luna
dispuesta a dejar su espiga en mi pecho lacerado.

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