julio 24, 2013

Dos

Aún a oscuras y ya empiezo a pensar
en esa luz que termina con el trance
de andar tambaleante buscando la mar
y el hueco en las costillas, donde la daga
no encontró final ni bombillas apagadas,
sino los fuegos fatuos en las funestas orillas
de la mueca parecida a una sonrisa demacrada.

Le he mentido al viento insumiso
cuando he de hablarle de los pétalos
que en mis andares sin más he recogido,
le he mentido a la Luna cuando amante
me mira y a pesar del rojo me muestra
esa sonrisa suya, tibia y delirante.

Tanta gente caminando por la senda
de lo prohibido ha vuelto la perdición
cosa tan simple como un juego de niños,
como un arrebato simple y sin presunción
de sacarle un poco de envilecida grandeza.

Se debe reservar el derecho a perderse,
la vocación a ser y manifestarse como perdido,
se debe regular el vicio para el infame
que jamás nada tiene ni quizá tendrá
más que la sombra de un manzano podrido;
se debe ser, nacer, creérselo por completo,
adjudicárselo a quemarropa, sobriamente,
a pesar de hallarse lejanamente en el pecho
un colibrí revoloteando de sonrisas repleto.

A mitad de semana, sin importar el mañana
ni la textura de los surcos de mis ojeras malvas,
bebo un trago y pienso en esa luz
que termina con el trance de andar tambaleante
que me obliga a bajar de mi propia cruz.

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