octubre 22, 2011

Del pasado

Recuerdo que hubo un tiempo
donde las arboledas no daban cabezas
como frutos y en el alma no anidaba
el dorado crujir de las hojas secas;
bajo los pies de la engrandecida
la sombra  mirábase un dejo de luz
refulgiendo los cantares del alba,
iluminando el estallar de las olas
contra las rocas donde siempre
volvían, mansas, libres, ilesas.

Hubo un retrato del que nada soy,
un cruz atada a un padrenuestro
siempre insípido y sin embargo febril
colgando de mi cuello de infante,
sobre mi pecho solitario, incoloro
y ya con los primeros pasos punzante;
enardecido como el hombre sin amante.

Las aves surcando la aurora cantaban
melodías de luces sin bañarse de llanto,
las nubes bailaban entre el azul inmoral
del cielo sin reparar en ser cúmulos o estratos,
sin adherirse la piel a la lengua de lluvia
que apaga el deseo antes de ser inhumano,
sombrío, taciturno y del todo desesperado.

Hubo días disueltos en mansas sonrisas,
caricias que no llegaban a la lascivia,
un hueco indescriptible en el vientre
sin saber siquiera a lo lejos el hambre
de las noches en vela sentado al pie
de una escalera encalada y siniestra;
niños jugando en los parques a la pelota,
sudores en la espalda ajenos al calosfrío
de una noche insomne y palabras desiertas.

Los temores dormidos bajo la cama
esperando mi sueño para desaparecer
cabizbajos por mi eterna ventana,
mariposas de mis ojos embriagadas
que nunca tocaron el suelo;
con sus alas a veces blancas,
otras doradas enmarcadas en negro
con su beso en la frente me despertaban,


Hubo un destino alejado de lo funesto,
aquellos días en el instituto, mi razón
imponiéndose al dogmatismo común
de los que querían triunfar sin ser triunfadores,
mi encarecida sinrazón al saberme sin precio
cuando una noche miré la Luna y ella me dijo:
estarás a mí, siempre dispuesto y sujeto,
a mi totalidad y de mi curvas sediento.

Los dolores que no logran curar los médicos,
la eutanasia pensada como método abyecto
al desconocer el dolor de unos labios infectos
de Lunas que pasan y pasan, del todo amarillas
sin rozarme siquiera la frente con su beso,
como la Muerte que me cobija entre penumbras
que me baten y abaten el verso que elucubra
el sol y los días prósperos en vigilia.
 

Hubo temblores, amores de paso inciertos
que se me clavaron cual sombras en los huesos
que me saltan a simple vista enajenados;
endecasílabos terribles, alejandrinos huecos
que relegaron mis pobres y funestos cuentos
donde la esperanza fue un espejismo cruento.


Hubieron mis labios de beber néctares malsanos,
copas y copas de Ron y algunas veces
whisky de Tennesse con todos sus reveces
radiantes de desamor, de esqueletos enraizados
bajo la sombra de lo que fui y ahora no soy
cuando me encuentro demasiado viciado
y por más que lo quiera nunca estoy.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es inevitable leerte y llevarlo al plano real.
Aunque digas que solo son versos, me gustaría saber cuanto es lo de cierto y cuanto lo de irreal.
Todo esto me sabe a ti.
Besos Gabriel.