agosto 12, 2010

Revoloteo

"Caigo en cuenta, de lo tedioso que me resulta aquello de bajo la almohada esconder la cabeza para esperar, la cuenta regresiva de los cuatro mil borregos. Normalmente siempre hay alguno dispuesto a charlar un rato conmigo y me sorprende dormido antes de saberme muerto..."
Debe ser por eso que tan a menudo despierto con el revolotear de aves negras graznando sobre mi cabeza. Ya me lo habían advertido, reconozco que una tarde de lluvia un viejo olmo del más desgastado parque me lo dijo, cuando sentado sobre una banca coronada por el óxido de antaño, me incitaba a amordazar mis pasiones exhibiéndolas en el papel empuñando la pluma en diestra mano, con la única condición de volver a mirarlos nunca más y si alguna vez los recordara, no enfrascarme en el cuando. No hice caso y me alejé, como infante que descubre en el aire su cometa, surcando porvenires inmaculados, rozando los límites de lo extraordinario, feliz como sólo se puede ser cuando uno no comprende de preocupaciones ni desencantos. Y yo no sabía de nada, el mundo era tan estrecho para mí, que podía abarcarlo extendiendo mis brazos, el horizonte no era más que el punto donde se metía lentamente el sol y bien podía llegar a él sin necesidad reprochar la caída intempestiva de la noche. Era yo entonces, una hoja que arrastrada por un noble vendaval se mecía entre el ir y venir de unos ojos llenos de ensueño, un claro manantial que solo fluía sin recelo hasta desembocar en el calmo mar, aún sin corrosión ni la astringencia de la sal. Pero hube de crecer, siempre por la Luna orientado, llegó el primer cigarrillo a mis labios, sin escuchar razones empecé a retirarme a mi habitación cada vez más temprano, me ensimismé, dejé de comer y adquirí el hábito de beber para reconocer como fauces de lobo mis propios adentros y se me fue la vida por doquier regando tinta, atiborrando mi escritorio de clamores, archivando la misma idea que sujeta se ha quedado, indefinidamente anclada a malos pensamientos, como el mismo olmo que se ha aferrado por tantos años a la tierra para transmitirle a algún infame su menospreciada sapiencia. Debe ser por eso que tan a menudo despierto con el revolotear de negras aves graznando sobre mi cabeza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo leí varias veces, pero mis ojos insisten en anclarse en las mismas palabras: "El mundo era tan estrecho para mí, que podía abarcarlo extendiendo mis brazos"
Cuanto extraño esa sensación.En que quedaron nuestros sueños?
Besitos y sé que volveré a leerlo una y otra vez hasta que me agote de tanto "revolotear" entre tus letras que me llenan y vacían.
Gracias por compartirlas!

Anónimo dijo...

eso se llama conciencia compañero...