noviembre 17, 2010

Carta a Ninguna Parte II

Esta debe ser la enésima ocasión que a la luz del ordenador intento esgrimir un par de palabras, unas líneas que pudieran convertirse en algunos versos ó en una metódica prosa, esperando una benigna metamorfosis que les traiga siquiera alas; esas alas que sólo emplean la libertad como propulsión para surcar los cielos y no piden más.
Puedo presumir, aunque dicha presunción no espete conmiseración ni aplauso alguno, hablar siempre con la verdad. Con esa verdad que siempre es mía por más terrible y vana que parezca, esa que ha de ser por el tiempo carcomida, picoteada por los cuervos una vez de haberle sacado los ojos. Esa verdad que una vez dicha, sin mayor reparo se evapora. Hoy no es la excepción de la regla.
Me siento bastante extraño. Miro la noche con sus estrellas brillando, siento el correr del viento, tan fresco y tan nítido alojándose en mis huesos, siento a leguas la mar apoderándose dentro de mi. ¿Y cómo se hace aquello de llorar? ¿Dónde se halla la compuerta que hace las veces de tope contra el agua salina? ¿Cómo se opera tan compleja maquinaria? No lo se, no miento. ¡Hace tanto que el llanto no barre las arrugas de mi rostro! ¡Hace tanto que no encuentro un regazo tibio y encantado que haga de su calor el lugar perfecto para desembocar mi cause! No miento cuando digo, no miento cuando siento, cuando me siento así, cuando el todo duele como si hubiera antes sido sometido a la piedra y al mortero.
Aquí la gente siempre pasa y rara vez se detiene. Todos corren, miran sus relojes y automáticamente apresuran sus pasos. Yo también lo hago y los pies siempre me duelen. Ya no hay tiempo para más; un saludo haciendo alarde de cortesía y en seguida un hasta luego. Son estos tiempos tiranos quizás el mayor mal del hombre. Quizás, por más que así lo requiera no tengo tiempo de llorar.
Ahora mismo veo la hora. ¡Cómo demonios avanza el minutero receloso de la luz y de su científicamente probada velocidad! Pero aquí estoy, con un café que no me impide dormir sutilmente endulzado con licor de anís; aquí, con esta luz artificial que ha cambiado las bombillas por los leds, escuchando una trompeta en un reproductor musical que ha cambiado los discos de vinil por el formato mp3. Todo ha cambiado. Menos yo. Me pregunto entonces ¿Qué demonios hago aquí?
Y en la misma pregunta noto la respuesta. ¡Eureka! Los demonios, sea el primero o el segundo, el siguiente o el último. ¿Cómo es que uno no puede en estos tiempos de tecnologías tan avanzadas, lograr engancharlos al closet de una forma civilizada y moderna, para seguido echarle llave y olvidarlos tras la puerta? Estúpida es la ciencia entonces, con sus androides y sus incontables métodos para potabilizar el agua, con su experimentación en busca de una vida ecológicamente sustentable. ¿Quién a caso sustenta al hombre? ¿Quién a caso se acuerda del orfebre de la palabra, del pintor de la verdad, del que sin remedio siente y siente cada vez más y así escribe como única salida mientras la vida se le va? ¿Qué rama de la medicina se ocuparía del poeta y su demencia, para proceder a hacer legal la droga que le mantenga lúcido y aceptablemente cuerdo sin necesidad de mostrar receta? ¿Por qué suena tan descabellado el hablar de un sindicato dedicado a cuidar del rapsoda de las relaciones y del despotismo que lo hacen presa de sus propias e innatas pasiones?
Mientras tanto se hace tarde y yo empiezo a escribir estas naderías más aprisa. Pienso en el trabajo que me espera mañana, en la resaca que se acrecienta con la luz del alba, en la necesidad de ir a dormir con la mente en blanco, en los años que pasan y pasan mientras de mis labios no se aleja el tabaco. ¡Qué demonios! No será la primera vez que llegué ocultando los ojos detrás de unas oscuras gafas, ni tampoco aunque me pese, la última. Apuro el trago y siento entonces cierta calma.
¡Ay, ésta mala cabeza mía a donde me lleva! ¡Éste corazón que se pudre con la noche y con sus sombras, con su silencio que no ha de hacer más que derroche de sincero patetismo, sin saber hacia que dirección moverse, sin saber si el vicio debe ser llamado antes de serlo cáncer! Sí, un cáncer que incluso ha de ser el más inhumano y terrible, el más abyecto, el más sutilmente encantador, el más letal y el más indigno de ser heredado.
Pobre de mi hijo, que aún no sabe el padre que le ha tocado tener, el alcohólico, el fumador, el que escribe y se maldice, el que con todos los poros siente, el que dice por las noches lo que no puede de día, el que no se atreve a vomitar su propio mal por ser, absurdamente su mayor cualidad. Pobre de él y de sus días que se le van entre aventuras y alegrías, si es que éste legado le llega en calidad de mortal.
Yo no puedo hacer más, eso lo he comprobado. He intentado inmiscuirme en la vida del hombre normal, he intentado dormirme a sus horas, hacerme un nudo ingles en la corbata y respetar ese ciclo tan monótono de sus días. Ese horario de oficina no me va, como tampoco lo de pasar los fines de semana visitando a la familia, aunque a uno cuando se marcha les saquen figuradamente los ojos. A mí me gusta trabajar cuando hay trabajo, los días feriados, los festivos, cuando todo el mundo descansa; a mí me importa un bledo hacer de la Luna llena una parranda aún siendo entre semana.
Pero me he alejado del punto central. Los rodeos como veréis, son la punta de la navaja que ha de presionar mi cuello para salir enmarañados a chocar contra el papel. Te decía pues, que tengo ganas de llorar, aunque ahora inexplicablemente, ya no las tenga.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy te aplaudo de pie!
No estoy de acuerdo en todo lo que dices, pero es admirable la forma en que lo dices.
Me pregunto...Si te importa un bledo todo, alguna vez te pusiste a pensar xq te sentís tan solo?
Será que contagiaste tu forma de pensar?
Recuerda: Nada de lo que digo es con ánimo de ofenderte, xq a mi si me importas.
Besitos gatito.
p/d Los hombres tmb lloran.Imagino que los gatos tmb... ;)

Arya dijo...

Te dejo una caricia con un abrazo a tu corazon... Algo tan personal y sincero.. no se debe comentar.


Mis lagrimas.. no para que llores.. sino para que riegue el jardin de tu tiempo... Hay flores hasta en invierno :)

Mondragón de Malatesta dijo...

GatoPardo, con ron las lluvias salen más a prisa de los ojos, ¡con ron!, solamente, aunque yo tampoco tenga ganas de llorar, le diré, que con ron, soy un torrencial hombre de invierno.

Alicee dijo...

la retórica, invoco a la retórica ...

trazos suaves, traslúcidos, suspiros inverbes, mágico y religioso compás del ritual