mayo 19, 2013

Platos rotos

Ante el crujir de los platos estrellándose
contra las paredes que contienen
aún la gracia y la bondad de los ayeres,
me declaro el perdedor de esta batalla
sin mácula alguna de sangre seca
bordeando agrestemente un par
de mis ya tan laceradas costillas.

En la salvedad de las ventanas
no asoma siquiera del sol la nariz
ni en el hombro una palmada
esboza una palabra nunca dicha
a la luz vacilante de la bombilla
que me incita a escribir, embriagado
cuando más nada me queda.

Mi ensueño ante la fiel sombra
del manzano que prometió lealmente
un sueño ligero y lozano descanso,
se ha visto seducido por el ocre
de los días en los que debo ser más
que la ausencia que me ronda los pies
y la cabeza pensado en la certeza
del cañón de una mansa escopeta.

Tuve una vez la ilusión de un par
de pechos que desnudos, ilimitaran
la ansiedad que mi encrispada espalda
para ser de mi vida algo distinto
y no la precariedad del fondo
de un vaso que siempre tiende a más,
si elucubra pasados desde la caña:
tuve una vez el imperioso deseo de un dios
atendiera sin ficha el golpeteo del latido
rebosando mi suelo del carmín de la sangre
que me fluye huyendo del destino
en el que no he de encontrar levante.

Y no ha de quedarnos nada Mujer
más que la propia gracia del despertar
enraizados al origen que sonríe
y nos besa a sabiendas de la distancia
y de que todo es y será distinto.

Sabes bien que estoy bebiendo
y que entre trago y trago, una bocanada
de espeso humo emerge de mis fauces
y que mis ojos pardos pierden ante el reloj
el encanto y el tono que en el otrora
los llevaron a embaucar amores prohibidos
y silentes que nunca hicieron más,
que coronarte con estrellas puestas
sobre mi frente, al erradicar mis propios
demonios del misterioso llamado del mar.

Y de aquello que ha pasado ante la vida
una película bicolor y silente queda
mordiendo los reclamos y las tragedias
de las que nunca supe ser el héroe
dispuesto a salvarte, dispuesto a creer
en las bondades del diablo al regar
mi jardín de flores siempre malsanas.

Entre los platos rotos sin más camino
y de cuando en cuando me detengo
para oler el pétalo carmesí de una rosa
que logró sobrevivir al torrente sísmico
de los días en los que sin nada vuelvo
a beber el mismo ron en la misma copa,
queriendo conjugar en pretérito la sonrisa
que me embaucó en el tibio vaivén
que me llevó de tu boca a tu cadera.

No puedo ser aquel emancipador
de tus lágrimas cancerígenas
cuando no puedo siquiera
en sobriedad domar las mías.

Tengo metido en ambos pies
un centenar de astillas de porcelana
que aún desangran mi vaga teoría
que ha profezado que lo mejor vendrá
en la esperanza fútil del después,
a pesar de ser yo el pobre diablo
que te busca entre ajenas formas
que elucubran mi letra y mi mar.

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