octubre 31, 2010

Sin mas Explicaciones

No se que tanto pretendo explicar. Las explicaciones no me van ni me vienen, en realidad, serían solo un firme y arraigado formalismo dentro de la filosofía del perdedor; y yo soy uno de ellos, bien que me queda claro. Tan claro que no hago más, que sentarme en esta silla tratando de darle esa estética a la vida (a mi vida) que los dioses, jamas pudieron darme con su gracia divina. No me apura, no del todo. Por que también con eso se nace, siendo a final de cuentas una especie de mundano don, como a su vez, con la facultad irremisible de ser un ganador. Por que es una facultad, por más escepticismo que guarde en el cajón destinado clandestinamente a los dogmas y a paganos credos, a la ideología en mi persona tan característica. Digamos pues, que soy un pelanás con diversos y muy entrañables beneficios.
La otra noche fui a ver a la gente bailar. Y ahí me tienes, con la mirada fija en la pista de luces multicolores, en el último y más sombrío lugar. Esa esquina que me brindaba la protección de la lejanía, del bullicio, de los pasos y las vueltas y de todo aquél enmarcado compás. Y ahora pienso: "La gente baila para olvidarse un poco de lo que es, de lo que fue y de lo que sin remedio será. Disfruta de los acordes, de los acordes, de las tonadas, de sentir un cuerpo tibio y dispuesto a la par, en el mismo canal, en el mismo camino a pesar de que sea, sin remedio también cíclico". Yo escribo para arraigar en la columna este eterno mal, para sentir esa carne adormecida por la caña vivaz y empedernida, por reencontrarme con aquel grumete en extraño navío embarcado despierto, con los sueños de antaño palpitando en el corazón que a pesar de tan malos tratos, sigue navegando. Por eso mismo, después del trabajo diario, después de librarme del aspecto humano, vuelvo aquí, a suspirar mientras el humo del tabaco de las fauces se me va escapando. Pero basta, no es mi intención explicar más.
El punto es que fui a ver a la gente bailar, y bebí un trago y otro más y siendo sincero pensaba: ¡Cuánta chica linda se ha concentrado en este lugar! Y al hablar de chicas me refiero al género, no a la edad, con sus pies siempre atinados y sus faldas (en el mejor de los casos), revoloteando sin parar. La gente es extraña. Y sonaba una trompeta por los altavoces y la prisa les corría por las piernas a las féminas. ¿Habrá a caso regla mayor que el hombre a la perfección acate, como la de un par de piernas en el punto exacto donde se unen a las caderas? Creo que no. Así. Una respuesta tajantemente lacónica. Mientras yo, ahí, con el vaso en la mano, ordenando un trago, a todos lados mirando, un tanto divertido, un tanto ensimismado, un tanto enajenado, pensando en la mejor y más natural respuesta si al cabo una dama me brindara su mano para ese trance de bailar. "Soy homosexual", pensé contestar. Pero no lo soy, y si así lo fuera, también me encantaría bailar. Y yo no he llegado al punto en que pueda olvidarme de lo que fui, de lo que soy y de lo que seré. No, no pudo pretender tal cosa, aún me falta tiempo para comprender que el alma, para ser intocable necesita no reprender los anhelos y quizás, hasta cierto punto, que los psicólogos le encuentren un blindaje de titanio.
Yo no bailo, y si lo hiciera, ya estaría en cualquier espectáculo circense hospedado en la ciudad, de esta ciudad que con alevosía presume tener gente viva, aunque la supuesta vida, no se trate más de una maña, de un atraco, de un artificio infernal que la mantiene siempre, a todas horas vigía. Aquí el que no roba, es por consiguiente robado. Si quieres perder algo, esta es la capital del desamparo. Es un buen sitio para perder la fe, el pudor y después caminar sin desparpajo, sin rencores, sin aparentes remordimientos, dejando todo de lado. Aquí yo he perdido el pudor, la fe, el escaso honor, una que otra Musa escandalizada ante tanto horror y las ganas, al saber el preciso procedimiento requerido para ser un ganador. Por eso me refugié en la esquina más solitaria, apartado de las luces, haciendo alarde de la cobardía esquiva de una mano tendida, invitándome a bailar.
Es por eso y no miento, que me divierto con las luces, cuando pienso que la gente extraña tendrá siempre un destino mucho menos siniestro, cuando entre el vestido de una Dama arde la bengala que cura de la sal el desierto.
Y yo no bailo. Si más prefiero las sombras, las estúpidas explicaciones, las prosas y los versos, la ciudad enmarañada en solitarios ecos, en lamentos, enfrascada en la tinta y el papel que me hacen la vida, siempre fiel, sin ritmos concisos a seguir, sin clave de sol ni pies torpes a pesar de los tormentos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y yo bailaba...
Delireba entre las luces mientras sonreía y sentía que el mundo me pertenecía.
Y yo vivía...
Caminaba entre personas que pensaba vivas.
Y yo soñaba...
mi alma era un cofre lleno de sueños que hacía realidad a cada paso.
Pero... un día, por circunstancias de la vida, me detuve a observar...
Dejé de bailar, de soñar y me dediqué a "sobrevivir" entre tantos que sin darse cuenta hacían lo mismo que yo.
Que pena fue haber llegado después de ti al baile...
Besos gatito con nombre.

Cyborgoo dijo...

Qué viva la música! Larga vida.

Alicee dijo...

So pena...