octubre 21, 2010

Apología de la Locura (Auto-Relato #6)

Constantemente salgo a la escalera a fumarme la vida, a cerrar los ojos buscando encontrar ese propio reflejo, que sea mío y que venga de adentro; ya después miro al cielo. Ese cielo que todo tiene de traidor y mezquino y que no me da para más, mirarlo ensimismado, mientras las aves nocturnas las entrañas le van surcando. Hace mucho que ahí me planto, en el tercer peldaño, un trago en la mano con la escasa luz que hace mi sombra más larga y mis hombros más enjutos. Luz de día artificial aquella que me brinda la bombilla, cuando la oscuridad se hace presente y las calderas en silencio arden cocinando brevajes que yo mismo no bebería, ni llevando sin gota de agua una semana en el desierto. Aquí pues, ahora me siento, me acomodo entre las manos la lumbre del infierno y comienzo.
Viene un aire soplando un aliento agradable, se cuela por entre las mangas de la camisa, que ya a estás horas lucen ennegrecidas, me trepa por el cuello, me inunda la cabeza y después convertida en brisa, me sofoca. Es el ulular de la Luna; es su eterna costumbre, que ha de hacer que levante la mirada para contemplarla, para hacer entre el vuelco de palabras que mis manos sangran una súbita pausa. Y me dice cosas al oído y algunas veces me canta con su divina gracia y ¡Heme ahí, como completo pelmazo su voz escuchando! Su voz es la más dulce de todas, la más sublime, la que ha ido recolectando a lo largo del tiempo ese tono angelical. Me dice: "Gato, ya es hora", por que no ha de hablarme por mi nombre, quizás ni siquiera lo sepa ó simplemente no le importe. ¿Hora de qué? Le pregunto y calla. Y su boca se vuelve una fúnebre gruta, de techo cavernoso que cuando llena, una gota emana, siempre constante, siempre una gota de caña, de delirio inclemente, una gota que en el paladar juega, lo calienta y aún después saberse embargado por esa soledad reflejada, a uno lo alienta a seguir anclado a la nada. "Esa voz, Mujer, esa voz, que no es la tuya y que imita tu tono cuando el despertador ha de hacer mella en el propio despertar de los demonios. Esa voz, que es la misma de siempre". ¡Esa maldita voz!
El cenicero se ha plagado de ceniza, de flores marchitas y de una decena de colillas. Me distrae el rugido de un carro desde lejos y que ahora viene pasando, vuelvo a las palabras, me revuelvo en señal de cansancio los cabellos y entre las nubes la imagen del cielo poco a poco fue desapareciendo. "Dichoso que soy" me digo, y vuelvo al vaso para darle un sorbo. "Dichoso, cuando en mi cabeza sólo logro escuchar el breve palpitar de mis sienes, la sangre fluyendo sin saber de que dirección viene, ó a dónde demonios va, o tan solo ahí acumulada descansando de tanto manar" Y soy yo otra vez, la tinta negra se empeña a sacar a relucir un par de versos que al cabo de un rato desestimo, por encontrarlos demasiado masticados. Hago un par de garabatos y los examino brevemente, en busca de una forma que se torne amigable... ¡Nada! Y regreso a los mismos versos, los leo, los mido y el veredicto ha de ser el mismo. ¿Cuántos cestos de basura habré de llenar sin siquiera importarme el ecocidio que en una sola noche soy capaz de perpetrar? ¿Cuántas pasiones andarán por ahí, vagando mutiladas, con una pierna de palo, sin un brazo, sin la esperanza ya de regresar a mis trazos? Tampoco mucho me importa.
"Ya es hora, Gato". Vuelve a decir.

¡Maldita sea! ¿Hora de qué? Sus labios ya se han cerrado aunque los sigo mirando a través del marco de la hoja de papel, que como extraña maldición nunca la pluma ha de tocar y parece ser, que es lo único que al pasar de los años, se conserva blanco. Los ojos cierro en afán de alejarme precipitadamente del ensueño, sin a caso por un segundo conseguirlo. ¡Lo juro, Mujer, que es la Luna y sus encantos, sus magníficos atributos que no necesitan de piernas ni ese punto sublime donde se cierran! ¡Es su lasciva invitación al más profundo beso sin llegar a rozar jamás sus labios! Y empuño con el alma el arma que muy a mi pesar, me han dado las propias noches que me congelan aún en pleno verano; la empuño y tiembla por que al igual que yo es cobarde y escupe su tinta que nunca será letal ni indeleble.
Ya es hora, Gato. No lo ha dicho, lo leo ahora en sus ojos.
"Son sus ojos, Mujer, que me hechizan al no saber si es precisamente a mi a quien están viendo ó sólo son un escudo que desde su plata brilla para mostrar un espejismo que hace que el caos tenga sentido, que la marea solo termine por subirme hasta la cintura y me deje las manos, éstas, de alguna manera libre para existir". Apuro entonces mi trago y lo siento como baja, quemando lento, articulando el pensamiento, desatando nudos que se entrelazan sin puntas aparentes chamuscadas de inclemente infierno; apuro a la ebriedad que se asoma por el iris, por la cornea y desemboca en el cristalino. Ya entonces, mientras fumo respiro por un instante que no ha de darme mayo prórroga.
"Ya es hora, Gato, ya es hora. Ya es hora, Gato , ya es hora. Ya es hora Gato, ya es hora... "
Y es el eco el que hace que resuene con mayor brío un tormento con sabor a sal, que surca las mejillas corriendo hacia abajo, hasta llegar a la boca para ahí arraigarse y hacer dentro sí su propio Erebo, que no mana ni fluye y sin embargo en el propio andar tanto influye, como el ave que perdida en la mar no ha de encontrar jamás descanso en ningún puerto. Es un cigarrillo entre los dedos encendido, sin la fuerza necesaria para poder quemarse por completo, para expirar y entre humos densos, entre matorrales de alquitrán que solo espinan y no dan para más. "Es el eco, Mujer, el que me encadena sin remedio al tercer peldaño, el que termina por hacerme el loco que bebe de la caña para sentirse en harapos mientras fuma tabaco y piensa que quizás mañana, todo será un sueño extraño".
Ya es hora, Gato. Y se cubre entre nocturnos estratos.
Lo se. Debo saltar y tratar de aferrarme a su manto de nácar, a su paso y a su rastro, a su estela que inveteradamente va dejando. "Debo saltar, Mujer, debo hacerlo, para después caer de pie y al pie de la escalera, para después recobrar mi lugar y volverlo a intentar, que tal vez el día menos pensado sea yo, quien seguido del amor la logre eclipsar y sea ella, quien me intente por un instante enajenar mostrándome en torrente sus letras, esquivando el capote de la Muerte ó tan sólo ahí meditando, si ha de ser justa e inevitable su propia suerte".

"Ya es hora, Gato, ya es hora". Y prosigue: "Ya es hora de dejar de soñar..."

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Ya es hora, Gato" ya es hora...repite la voz de la conciencia.

Mis ojos se perdieron entre tus letras y sentí que estaba observándo(te) desde el escalón de la escalera, como tu sentías cada palabra aquí plasmada en cada bocanada de humo que sin querer a mi llegaba.
Ya es hora, Gato.Hora de pegar el gran salto y atreverse a más...

p/d Yo si quiero saber como te llamas...
Besos

Alicee dijo...

Pugno poo la libertad a los demonios

Mondragón de Malatesta dijo...

Y es que lo más jodido, es cuando al despertar, cuenta nos damos que los maullidos no detuvieron a nadie, que solamente quedan, las botellas vacías del ayer, y en el eco sagrado de la voz, se rasga la palabra. Un abrazo, estimadísimo GatoPardo.