marzo 23, 2014

Pasan veloces coches

Hubieron de pasar miles de sombras
tras marchitar el espejo y las bombillas
que de noche alumbran la blanca silla
en la que mi latido expuso al público sus sobras.
No es nada grato reconocerse -me digo-
con el alma vuelta el cuerpo del hombre elefante
a la espera de hallar un poco de belleza en el levante
sin hallar entre los pies el dorado del trigo.
Mis escasos pero siempre fieles lectores
saben bien a que me refiero siendo noche
y yo un manojo de tragos cual sedientos amores.
Y mientras tanto pasan veloces coches
concertados por la muerte en una tibia cita
y mi rima aparece como siempre maldita.
No es que me llene a diario el pecho la nada
sino que a cada paso me arrolla este todo
con su gloria por agudas espinas coronadas
y el andar arrastrando las manos en el lodo.
Hubieron de pasar segunderos grises e irritados
por los parajes donde el fantasma tuvo un cuerpo
y la memoria un parque de sauces desbaratados
donde la Muerte me dio su abrazo y me supo cierto.
La mano es al poeta lo que el falo al hombre
y yo entre ellos bebo mi copa y me desnudo
al pie de una escalera que lleva tu nombre.

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