marzo 05, 2014

Antología

De pronto vino la muerte a sembrar sus espigas
en los espesos campos de sales y alquitrán
y era la nada quien reinaba en los albores flagelados
en los que acierta su estocada el alacrán.

Y era de noche
y el humo en las cortinas
bailoteaba entre utopías.

Eran dos las manos y dos los ojos cerrados
ciegos ya de esperanzas y luces de bombillas
eran un latido y siete los demonios que fumaban
fieras bocanadas de un un pasado con astillas.

Nada era cierto
y no obstante creía
que a solas sonreía.

Un eucalipto desde lo alto cayó con su filo de machete
clavándose inclemente en el pecho de la mansa tierra
y era hermosa la lágrima que entre verdes brotaba
y era un inveterado deber enlutarse de sangre y de guerra.

Y era tenue mi trazo
y tímido el verso
palpitante en los huesos.

Pero era la muerte y eran los campos, la nada, los albores
era el alacrán y era la noche, el humo bailando, la utopía
las manos, las bombillas, el latido, era el pasado y las astillas
el machete, el verde, la guerra; era el deber sin colores
mi trazo, era saber que sin embargo entre grises, sonreía.


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