diciembre 05, 2012

Devengo de la rosa marchita

Devengo de la rosa marchita,
de un callejón a oscuras
donde la demencia sonríe
al saberse sin cura,
de fantasmales visitas
con tullidos colibríes
revoloteando entre fisuras.

Ayer, entre sueños de manzanos
y futuras sombras otoñales,
me descubrí triste y malsano
recitando un verso de arrabales,
evocando un par de vidas artificiales
a pesar del siniestro desengaño.

Hoy, bajo la niebla espesa
acumulada en el mar de los ojos,
pierdo el reflejo y me vuelvo presa
ante el pronto albor que elucubra el rojo
de la sangre estancada en el dorso
de la mano emancipada de razón
y funerales sin café y sin corazón.

Mañana, al despertar con fiera resaca
me afeitaré el alma a primera hora,
me anudaré como inglés la corbata
que no estrangula mis ganas traidoras
de no ser, el poetastro que escribe
su melancolía para creer que vive.

Devengo de una Luna nacarada,
de la idea de una Musa bendita
que me mostró al desnudo sus pies
y su pecho entre letras malditas,
su mirada tan triste y mascarada
por reconocer la imposibilidad del después
con la propia pasión en cinta.

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