diciembre 31, 2012

En el fondo del vaso

Quizá en el fondo no sea tan malo,
ni tan bueno como superfluamente
perdido en la sobriedad aparento.


Ante esta caída intempestiva
de la noche, de las sombras
que de un corto bocado me engullen,
no concibo otra manera de sostenerme
que echar el ancla dentro del vaso;
beber, beberme la vida que me queda
delante de este mirar tan cansino
sujeto a la tinta negra y a las hojas
que pronto dejaran de ser blancas,
como aquellos ayeres clandestinos
que como cuervos vienen
a sacarme sin remedio los ojos,
a mostrarme entre las cuencas
el alma en un triste amarillo.

Y espero el alba en las esquinas
por donde a diario pasa la Muerte
robando pesares y dando besos
de alquitrán en la frente.

Por que la cena está fría
y la carne aún tiene sangre
fresca y larvas que beben
como yo mismo ante el vaso,
tan desnudo y tan inerme
como la Luna que brilla
anunciando un "no se que diablos"
que se me cuelga en los labios,
en la lengua, en esta tibia voz
que son y serán mis manos,
con todos su huesos derrotados.

Y entonces siento el mar
que reverdece ante la noche,
entrechocando con las rocas
que una vez me encontraron
de oídos sordos sedientos,
para esta franqueza de mi boca.

Mis manos, siempre cobardes
replegadas en las paredes
lloran por no poderse morir,
entre el pecho que les clama
caricia y por la caricia misma
en el que las volutas de humo
danzan alcanzando del cielo,
aquella infranqueable cima.

Mis pies ya no son los mismos
que otrora burlaban la suerte
por salir ilesos de mil batallas;
ahora son dos viejos torpes
que buscan ponerse en alto
para que la sangre fluya
y el dolor se ahuyente un rato.

Y soy ese recuerdo gris
que se esconde en un cajón
cubierto de polvo y cenizas,
mirando como las sombras
se me echan encima
hasta dejarme moribundo
y silente en estos versos
que me sulfuran las tripas.

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