agosto 08, 2012

En mis bolsillos III

I

La mañana rompe con sus claros
inundando el cristalino
y el alma, emancipada del sueño
ha de alejarse de todo lo divino.

Nunca bebas a las seis de la mañana
y mucho menos
de aquel elixir reluciente
de la flor de la caña.

II

Y uno entra al mundo del capital
por aquella irrazonable razón
de querer ser alguien real.

Cuento mis monedas,
he de hacerme de composta
para fertilizar mis bolsillos,
me anudo la corbata,
me hago íntimo amigo
al despertar del rastrillo.

Y uno se siente portentoso
ante el brillo maculado
de un pensar pretensioso.

Vuelvo a contar mis monedas,
bebo sin duda mejores tragos 
acompañados de mi fiel tabaco,
peino a diario mis cabellos,
embadurno de certeza
mis ojos cada vez más opacos.

Y uno se reviste de ademanes
y hace uso de la retórica
como lo hacen los charlatanes.
 
Cuento mis monedas,
he de llegar a rastras a casa
hambriento y empedernido,
para mirar la Luna en lo alto,
para aceitar los engranes
y mirarme vacío y desvivido.

Y uno se siente acechado
por los números cuando rojos
emulan a cualquier dios lacerado.

Cuento mis monedas,
he de sonreír a viva fuerza
de una alborada sin sabor,
de escuchar el tintinear del cobre,
del saberme vano y perdido
de mi pecho en clamor.

Y uno siente la fuerza del mar
surcando bajo los párpados,
y uno requiere, así sin más
un racimo de ese cielo etiquetado
en estos tiempos malvados
en donde todo ha de naufragar.

III
.
La ciudad no duerme
a pesar de la ausencia
de luces y del cantar
del grillo enajenado,
en cada tenue latido
nace una vez -y muere
otras tantas- esa insípida gloria
de sabernos en el rojo del albor
sedientos y mortalmente vivos.

Mucho he caminado
para llegar a aquel sitio
donde jamás he estado,
muchas Lunas han visto
mi frente sin laureles marchita,
a pesar del vendaval en alto.

Pero todo ha de ser quizás
el mismo viejo alquitrán
rondando las entrañas
y las ganas de más,
todo debe ser una broma
pueril y francamente tonta
de un dios sin edad.

Las seis con trece
y un par de whiskys
me cantan canciones
que ya había olvidado
y la nada acontece;
las decenas de cigarrillos
que a diario he fumado
mis pulmones aún no adolecen
este vicio enraizado
de amores emancipados.

Y sin embargo la ciudad
no duerme, ni respira
siquiera en la quietud
de prolongados vicios
que rememoran virtud.

IV

Ha de tener razón el poeta
que antepone irracionalmente
el corazón -incluso en estertor-
al raciocinio de una mente
que no ha nacido para esteta.

Ha de tener razón por el hecho
más simple de no tenerla,
por hacerse el imbécil en un lecho
carmesí simulando el nácar de las perlas
en el fondo de un océano deshecho.

Ha de tener razón inequívoca,
por que me juego la vida
entre calcinadas epístolas
a las pasiones perdidas.


Ha de tener razón el poeta
cuando espera a su musa
sujetando una escopeta.

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