agosto 21, 2012

En mis bolsillos IV

I

En las avenidas ya no crecen flores
y tan sólo me encuentro volteando
la mirada hacia la ventanilla
que enmarca una feroz Muerte
tan sonriente y tan vestida de payaso,
soltando carcajadas amarillas.

Podéis hacer de mi esqueleto
un amasijo de acumuladas penas,
una pelota que arrastre sin rumbo
uno de esos raros escarabajos,
o podéis, en el peor de los casos
hacerme el hombre más feliz
que de noche se bebe el mundo.

Pero de pronto noto la pobreza
más vil de todas las que conozco,
cuando miro el reloj que carcome
las flores de las anchas avenidas
por las que soy y la penumbra recorro,
con mi cirio cruelmente enlutado
al esperar el alba, sin ti, insomne.

II

Con un pie bien puesto
sobre la rigidez de la nada
cual roca, alisto mi bandera
después de alojada en tu boca.

Ante el espejo, es cierto,
me doy un aire de invulnerable,
de espinoso cactos en sequía
incluso en el más cruento desierto,
y soy como el más negro cuervo
detestable
buscando en soledad cofradía.

Una copa o dos, quizás tres...
Bah! ¿Y qué importa
el sueño de un rapaz que vuela
a pesar de tan anclados los pies?
¿Y qué si en nada puede o reconforta
el demonio que a mi pecho se cuela?

Mucho ha contado mi pecho en pena
sobre la ausencia y sus reveces,
sobre la sangre acumulada en las venas
a media noche
-la mayoría de las veces-.
en las que la Luna repta, tranquila,
sobre mis ganas en tu vientre.

¿Y qué más dan estas deshoras
con el latido vilmente desbocado,
sin mi brazo atado a tu cintura
a pesar de su candor y su soltura
en esta latitud de parajes desolados
en la que camina la Muerte traidora?

Pero yo ya he muerto y he visto
ese todo tendiendo a menos,
he visto, mi mirada perdida
y también esta corbata en mi cuello
aferrándose a los senos
de una Musa dulcemente ficticia.

He visto el lento morir del ciprés,
la danza las Lunas insomnes
cuando lloran olvidadas,
he visto el diario disfraz del ser
cuando recita quedo tu nombre
antes de saltar a la hondonada.

Pero soy sangre derramada,
un trago a solas, una luz apagada,
un demonio con blancas alas,
una quimera desangelada;
soy un cadáver embalsamado
nutrido de un recuerdo con balas.

Y sin embargo me miras
con la indiferencia del reojo,
cuando apenas el cielo es rojo
y mis labios desconocen la mentira.

Mucho ha contado mi pecho en pena,
mientras escribo y afilo la navaja
que pretende desnudas majas,
muy a pesar de que me cercena.

III

Bien podría arrancarte del sueño
en el de pronto te sumerges,
tan liviana como viento del sudeste,
y pretender ser del mar su soplo
y de tu pecho tu dueño.

Pero bien lo sabes, o lo has de saber:
prefiero hacerme el imbécil trastocado
que embriaga de tristeza el confeti
que a media noche me salta de esta voz
tan efímera y tan dulce cuando en silencio
recito algún poema de Benedetti.

Mi estrategia es morir viviendo
mientras tu vives muriendo
sin mirar mi noche inmersa
en el día, y también viceversa,

IV

Quizás no haya nada peor
que la tristeza en soledad.

Se puede ser triste en compañía
de los amigos aunque no lo sean,
de aquel amor que duró dos días,
de la necedad propia y desalmada
de las letras que buscan perdidas
un rincón para guarecerse de la nada,

Yo no he de buscar la luz y lo bello,
sino la lucidez clandestina de un latido
que a mi lado palpite, fiel y sentido
brindándome al menos un destello.

¡Salud entonces, voraces esqueletos,
por la parranda jamás compartida,
por los días a las noches sujetos
de la más cruel verdad impartida!

V

Del amor poco puedo decir:
Ya sabes, lo mismo de siempre.
Caderas lindando el desengaño,
suspiros vilmente enajenados
por el ritmo incivil de un vientre
que aleja de pronto los daños.

 Pero ya después todo muere...

2 comentarios:

Ío dijo...

No sé qué decir, Gabriel
y estos versos, tan tristes y todos tan hermosos y también todos tan de ti
Gracias.

Ío

Gato Pardowski dijo...

No podría yo engañarte, lo sabes...
Estos versos son como son, como en realidad soy yo, huraños, solitarios, embriagados de carestía y hastío.

Mi abrazo para ti, M. Siempre...