marzo 31, 2010

Sobre México y mil disculpas

La pluma, se ha negado a yacer esta noche entre mis manos. No es problema, pienso, si aún me queda el teclado. El problema consiste en encontrar la idea que el (el mío) inconsciente se ha formulado.
Decía mi padre siempre sabio: la vida es miserable sin un centavo pero es admisible teniendo en la bolsa un buen tabaco. Yo habría de incluir a esa frase, desde mi muy humilde cosecha, algo así como: y para no perder la razón, siempre es bueno un trago de Ron. Lo sé, divago. Y divago por el mero hecho de no encontrar la válvula que logre liberar eso que adentro traigo, que calienta el corazón como la lumbre, como las brasas cancerígenas que iluminan mis pasos al encender un cigarro.
No han de ser buenos los tiempos ni la hora para estar escribiendo. La ciudad en penumbras albergando todo tipo de malandros, las mujeres en la esquina, los temores hilvanados. Esta capital no da para más, es también algo que sé, que el ejercicio político no es más que un contrabando electoral, un acarreo de indigencia general, un asunto de populismo descarado, que no le importa al final del día cuantos rostros lucen desencajados. ¡Vaya, qué manera tengo ahora de entretener a los propios demonios hablando de política mexicana, tan absurda y trillada, y que en realidad es "politiquería" (para que logre rimar con porquería); así con mi ceño fruncido y mi aire más solemne, al hablar en tono despectivo!
Esto me lleva ha pensar en los festejos próximos de éste México, de la independencia de las manos españolas y que ha sido, craso error por encontrar en el camino una asfixia americana, terrible e inhumana, que a todas partes nos sigue y nos redime, para no encontrar la calma. De una Revolución que se ha quedado en el fanatismo de una simple oración, de un camino que algún día alguien pensó que podía ser el mejor.
Pero aquí estamos, leyendo en los diarios matutinos cuantos decapitados fueron encontrados, cuantas ejecuciones dejaron cuerpos desperdigados. Esta moda de la retrógrada de la horca, éste fanatismo por revivir los mejores años del paredón, de la pena incivil que han llamado capital, de las más inescrutables entrañas de la actualidad, que se llaman sinrazón.
Y yo sigo vivo, aunque no puedo del todo asegurarlo, sigo entero, quizás un poco y sólo del corazón (ó caso de la razón) desmembrado, armado con la tinta que dispara la pluma contra el inocente lienzo que es por ley natural el papel, soñoliento y en el punto más cercano al estar completamente ebrio... No era el punto... En mis planes no estaba escribir esto.

3 comentarios:

Sabina dijo...

¿Quien puede asegurar que sigamos vivos pese a todo esto..? Buena redacción. Un abrazo.

perfecto herrera ramos dijo...

Pero es bello y elocuente.

Un abrazo entre el humo de mi cigarro.

Mondragón de Malatesta dijo...

Si pensara menos con la cabeza, menos con el corazón y más con la entrepierna. El triunfo del amor en estos tiempos de pena y olvido serían mejor. Y la vida pasada, que no volverá, ¡y es un hecho!