marzo 01, 2012

En mis bolsillos (II)

IX

Es mi guitarra la que sangra
entre arpegios autodidactas
en esta noche negra y macilenta.

Hubo un tiempo en que las manos
me servían para mejores fines
a estas mismas horas grises
tan a menudo de demonios plagadas,
y hoy que la miro, rota y empolvada
recuerdo mis dedos, cuando inocentes
cantaban sin ser diestros mentiras
dulces embadurnadas de piedad.

Es mi guitarra la que sangra
mientras estas manos renuentes
escriben de a poquito mi verdad.

X

Se me dejan ver
las primeras arrugas,
un par de canas en la barbilla,
la mirada cansina,
el crujir de los huesos,
los reflejos tardos,
los labios ya sin besos.

Se me empieza a ausentar
de tajo la vanidad,
la memoria por ratos
y las ganas, al despuntar
el alba de despertar.

Se me dejan ver
tras la piel los demonios
adscritos a este ser sin ser.

XI

Reza el diario en su encabezado
encontradas otras tantas cabezas.

¿Y los cuerpos donde han quedado?
-me pregunto quizás con morbo-
Y nadie sabe ni qué gusanos
los estarán de pronto devorando,
y aquí nadie sabe, ni sabrá nunca
quizás, si hoy o mañana
a media tarde será guillotinado.
  

XII

Bajo la lápida más pesada
y última del cementerio,
donde los restos son profanados
sólo por los vientos que marchitan
las flores que lucen su apogeo.

Entre las piedras elegantes
que revisten la catedral,
entre el manto de fina seda
de cualquiera de todos los santos
a los que nunca he dado diezmo
ni mucho menos ofrenda.

Sobre las hojas del álamo
que flotan sin afán ni destino
en medio de un artificial lago,
siempre a la espera
de volver irremediablemente
a ser alguna vez tierra
sin temblores ni estragos.

Dentro del pozo de tus deseos
cuando acuosos vuelcan
medias lunas en tus adentros,
con su pecado y su penitencia
sujeta al estertor del desamparo
por no tenerme del todo dentro
con mi premura y mi desamparo.

Y donde quiera
que pose mis manos,
ha de cortarme el filo
incivil de la ausencia
por que me encalla
palpitante en los labios.

XIII

Por estos lares no canta el gallo
sino el cuervo es el que grazna
amenazante invocando la muerte.

Y yo que no cuento con dios
ni mucho menos con suerte
silbo una canción indiferente
por no tener credo ni voz.

Son las cuatro de la mañana
y yo esperando el autobús
en la mayor zona hotelera
sin hallar en el cielo tragaluz
ni la estrella que anuncie el levante
ante mis versos insumisos
tan necesariamente quemantes.

Creo que ya se escucha al cuervo,
y con él la luz estalla en el cielo.

XIV

Tuve un amor de ojos mascarados
y piel morena, que prefería el corsé
al sujetador y sus tiranos tirantes,
un amor nunca provisto de carne,
sino de huesos y diabéticos enjambres.

Tuve un amor que supo sin saber
de mi pecho, de este pecho cobarde
a media luz y paredes acolchadas,
que supo del verso que arde
en los adentros cual fetiche
de muñecas a la cama ancladas.

¿Y qué es de ese amor, sino ceniza
escampando en tantas copas vacías
y huecos en las manos sombrías
que se debaten hechas trizas?

Tuve un amor nunca mío,
un aroma a soledad,
un fulgor antidepresivo,
una terrible verdad
y un palpitar en las caderas
que nunca habría sido mío.

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