febrero 28, 2012

En mis bolsillos

I

Una mujer mira a lo lejos
sin encontrar más que la nada:
sus labios entreabiertos,
su alma entrecortada.

Y sin embargo, canta
acompañada de estertores,
del graznar del cuervo
que murió de falsos amores.

Hace ruido al caminar:
sus tacones altos por la acera,
el pecho en constante palpitar
y la desilusión de sus caderas.

Una mujer a lo lejos,
y yo la miro desencajado,
como de mi mismo ausentado
por compartir el reflejo.

II

Leo el diario por la mañana,
me afeito la escasa barba,
saludo a la anciana vecina
con la misma y vieja desgana.

He puesto a secar al sol la pluma
de tinta condenadamente negra, 
ya no miro la Luna a mis espaldas
ni me relamo del hocico la espuma.

Debo ser un hombre de bien -me digo-
y ya después, ya después me maldigo.

III

Aquel hombre anda con los pies descalzos,
su mujer, ofrece una tinaja a los paseantes
con la esperanza de rebozar caridades
cuando tiene la muerte a dos pasos.

Se miran de pronto, condescendientes,
sin saber que hacer sin los panes ni los peces 
que toda la vida han esperado.

Y sin embargo y sin saberlo
ya lo saben,
y lentamente mueren.

IV

Le he mirado discretamente
el escote de miradas relleno, 
desde arriba y lento hacia abajo;
como si no quisiera que notase
la perfecta armonía que he encontrado
entre el movimiento de sus senos.

Pero sonríe  y su sonrisa me dice
de la carencia de los tiempos, 
y yo pienso en el sentimiento
a las deshoras que se maldice.

Sus pies eran dulcemente perfectos,
blancos como impoluta nieve,
como aquel blanco dios insurrecto
que lava la sangre cuando llueve.

V

Algunas veces me apura
no ser uno de esos tipos letrados,
un doctor, un ingeniero, un abogado;
otras tantas sin mayor premura
disfruto ser quien sin remedio soy
con sus demonios sublevados.

Siempre he pensado
que una copa lleva a la otra
y que el sentir, cuando enraizado
no se oculta bajo una ostra.

Discúlpame si te he fallado, 
por el camuflaje detrás del vaso
y por esta torpeza de mi trazo
cuando me encuentro tambaleando.

VI

Dios es una mujer de pechos dulces;
uno nace con la encomienda de lactante
y ya después, mirando el levante
buscamos en la vida algo que la endulce.

Escribo, por ser el loco de frío talante
que nada mejor ha de saber hacer
ante un sistema vuelto enervante
que sólo a los bolsillos da placer.

Y eso me jode, tan tranquilamente
que nadie nota la necedad de mi ser.

Y yo con el hambre derramada
de ser quien no debería de ser,
hallo en la sangre desperdigada
un tibio y desangelado menester.

 VII

Bajo la cintura me refulge la carne
que esboza letras ensimismadas
y que acumula sin reservas la sangre
en espera de una luna de amores anisada. 

Te espero despierto y sediento, 
tan desnudo y como siempre
atado a la hermosa serpiente
que me mantiene vil y macilento.

VIII

Tienes la voz mojigata como la mía,
una cadera que aunque discreta
no ha de pasar percibida como fría
y una recta en la nariz perfecta.

Tienes un don llamado hermosura,
que cansado de llamar tantas puertas
luce tenue y te muestra santa y muerta
a pesar de tu rostro y su tersura.

Quizás te falte del ron sus copas,
del tabaco las elevadas volutas
que sin mas te asimilen bajo las ropas
como una musa sin el apodo de puta.


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