diciembre 19, 2009

Aquella muerte (La Otra)

Aquella Muerte (yo la vi), no era igual a las demás; y aunque oscuro fuera su ropaje (como el del las otras), ella gustaba de los tonos pastel, y el colorete en sus mejillas.
Su andar me parecía sereno en esos pies calzados en preciosas sandalias (oropeles, ¿que se yo, que los seguí?), cuando se dirigían a ninguna parte.
Sus manos recorrían la tierra y el viento seco en un santiamén, deshaciendo torbellinos y buscando quizá, un apasionado beso (yo las sentí). Sus uñas nacaradas transmutadas, en garras; al cabo en dagas.
Sobre su cabeza esas flores que nacieron marchitas, y sin embargo, dulces aromas de tierras lejanas (yo las olí), emanan. Lilas, claveles, y de entre ellas algún extraño crisantemo.
Y su pelo interminable, cayendo hasta los suelos, también como la interminable noche (yo lo acaricié), negro. Un toque de azul eterno, le prodigaba la intermitente Luna.
La respiración a veces calma, a veces agitada, cortando con su guadaña esa extraña y cruel carcajada (en mi pecho más de una vez la cortó). Cuando de pronto un suspiro sobreviene de la nada.
Y sus labios provedores de excelsas ambrosías, esperando el beso que sellara el pacto (ese beso que embonaría perfectamente los míos labios), jamás besé.

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