Aquella Muerte (yo la vi), no era igual a las demás; y aunque oscuro fuera su ropaje (como el del las otras), ella gustaba de los tonos pastel, y el colorete en sus mejillas.
Su andar me parecía sereno en esos pies calzados en preciosas sandalias (oropeles, ¿que se yo, que los seguí?), cuando se dirigían a ninguna parte.
Sus manos recorrían la tierra y el viento seco en un santiamén, deshaciendo torbellinos y buscando quizá, un apasionado beso (yo las sentí). Sus uñas nacaradas transmutadas, en garras; al cabo en dagas.
Sobre su cabeza esas flores que nacieron marchitas, y sin embargo, dulces aromas de tierras lejanas (yo las olí), emanan. Lilas, claveles, y de entre ellas algún extraño crisantemo.
Y su pelo interminable, cayendo hasta los suelos, también como la interminable noche (yo lo acaricié), negro. Un toque de azul eterno, le prodigaba la intermitente Luna.
Su andar me parecía sereno en esos pies calzados en preciosas sandalias (oropeles, ¿que se yo, que los seguí?), cuando se dirigían a ninguna parte.
Sus manos recorrían la tierra y el viento seco en un santiamén, deshaciendo torbellinos y buscando quizá, un apasionado beso (yo las sentí). Sus uñas nacaradas transmutadas, en garras; al cabo en dagas.
Sobre su cabeza esas flores que nacieron marchitas, y sin embargo, dulces aromas de tierras lejanas (yo las olí), emanan. Lilas, claveles, y de entre ellas algún extraño crisantemo.
Y su pelo interminable, cayendo hasta los suelos, también como la interminable noche (yo lo acaricié), negro. Un toque de azul eterno, le prodigaba la intermitente Luna.
La respiración a veces calma, a veces agitada, cortando con su guadaña esa extraña y cruel carcajada (en mi pecho más de una vez la cortó). Cuando de pronto un suspiro sobreviene de la nada.
Y sus labios provedores de excelsas ambrosías, esperando el beso que sellara el pacto (ese beso que embonaría perfectamente los míos labios), jamás besé.
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