la acera del sur a pie hasta llegar
a la avenida principal,
era de noche
y aunque la iluminación de la calle
era deslumbrante
mi certeza entre paso y paso
no era certera.
Había salido del bar
más próximo a mi casa
y estaba francamente desangelado
me había cansado la vida
de la mía y eso lo tuve en cuenta
cuando un borracho me retó a golpes
y procuré por su propia vida.
¡Dios,
ni siquiera me puede mirar a los ojos!
no me atinaría un puñetazo
ni aunque yo fuera un elefante
-pensé de pronto-
y también recordé que tenía un corazón.
Lo dejé rabiando
con los puños cerrados
sin poder siquiera enfocarme del todo.
Algunas veces conviene hacerse el tonto
para evitar un estúpido daño:
hacerse el cobarde o el loco.
Esa noche recorrí
tantos trayectos de mi vida
y de su utilidad y me sentí febril;
y antes de dormir brindé con una bebida.
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