septiembre 16, 2012

Mi sobriedad y mis alas rotas

Si sigo a tientas
la luz que me llama,
terminarñe hallando el lugar
donde enmohecido está el pan
y los peces flotan todos muertos.

Pero mira a los perros
ladrar con el corazón puesto
en la nariz, míralos
como respiran tranquilos
cuando se entregan al sueño
y duermen a pesar
del estomago vacío.

Y no es esto ni aquello
lo que me causa congoja,
no es el alba que me tiembla
si recuerdo tener alma,
cuando no hago más
que elucubrar cargando
mi sobriedad y mis alas rotas.

Pero mira a las Putas
sonriéndole al miserable
caballero que no les nota
el corazón en los huesos
asomado en un escote
carnalmente indiscreto;
míralas como el frío
no resientes por estar
adecuadas por siempre
a la transparencia del hielo.

Hace ya bastantes siglos
que mi andar no se acompaña
de los retazos de sueños
que recubrieron alguna vez,
mi razón y mi cuerpo,
a la espera de la noche
más incivil y más larga
en la que pudiera ser
el equilibrio entre antídoto
y suculento veneno.

Pero mira la Luna
indómita siempre y necia,
con su conejo mutado
en demonio ensimismado;
mírala entre el nácar y el blanco
al que jamás llegarán
mis trazos ni mis flechas
que no buscan matar
sino lanzar un llamado
a aquellas olas sin mar
donde brillo he reflejado.

Es tanto el humo anidado
en mis gastados pulmones
que el viento no me llena
sino de sombras y estertores,
de rancios olores dispuestos
a esta letra que me cercena
el pecho a costa de los soplidos
de un lobo que aun intenta
aullar, después de muerto.

Pero mira aquella escalera
encalada y su funesto tejado,
arropando al pueril poeta
que debate el mañana y el pasado,
y que ante la nada
se queda mirando,
enajenado y callado.

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