lo vi hecho literalmente trizas
y lo vi extendido por varios metros
a través de la grisácea calle
en la que diario tomo el autobús
para llegar al lugar en el que mi destino
inevitablemente será el del gato
y hoy que lo concibo bebo un trago
brindo con la luz de la bombilla
para abrazar la soledad que va conmigo
y que me besa con colillas de cigarro
porque es claro que el poeta es nadie
y que Jesús se hartó de la cruz
para recuperar el aliento
y para volver a hacer el agua vino.
Un gato muerto en la calle
hecho trizas
es un espectáculo que nadie quiere ver
ni siquiera los suicidas
porque les hace pensar
en la infertilidad del fin de la vida
y a los poetas les hace ver
que el trazo se reduce a tripas entendidas
en plena calle hasta fenecer.
Pienso sobre ello
aunque a nadie le importe el tema
porque soy un hombre y soy un gato
un poeta y un potencial suicida
y porque me crea la desgracia y lo bello
y pienso y siento y escribo sin pena
estos alegatos porque tengo
aún la dicha y la desdicha de tener vida.
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