abril 11, 2014

Pasaje

Algunas noches, cuando extrañamente
recobro la entereza de ayer y no bebo,
suelo mirar el trajín que arrastra
pesadamente mis pies y encuentro
alguna razón poco menos fiera
que las que me acompañan a diario
y de ellas brota un singular después.
Después, siempre me evoca algo de brillo
y no de pereza, me evoca algo de esperanza.
Lejos, está el chico que jugó diestramente a la pelota,
el chico que más de una vez
hubo de reprobar matemáticas mientras
ganaba concursos de física.
Lejos de mí y como una sombra,
el chico que aspiraba de la vida sus aromas
mientras la vida en destellos tenues le envolvía.
Incluso, la voz de las paredes encaladas
tímidamente se aleja y puedo sentir en la piel
su risa mientras me traiciona.
Hubo un tiempo en que por doquier
venían a mi encuentro las aves,
por no saber mi futuro ni mi espeso talante,
todo esto cuando era aquel chico que ya he mencionado.
Lejos de mí, ahora que bebo a menudo y solas
el todo y ni siquiera tengo el cantar azul de la caracola. Francamente, lo digo a tiempo
inmerso entre grises espirales,
no quiero nunca postularme en el centro
de este corazón que de noche sangra y sangra
y pretende salir en rojo desde dentro.
Hoy no resulta ser una de esas noches
con velitas prendidas en la mesa que sostiene
media docena de tragos, ni vuelve a posarse
en mi la gana de querer ser aquel que fui
pateando una pelota,
hoy, a medida que se ve perdida mi suerte,
pretendo un albor donde me reconozca
mi hermana la muerte y de lo que ella brota.

3 comentarios:

Arya dijo...

Muchas emociones se producen al leer tu escrito.. No digo mas..

Un abrazo fuerte y sincero para ti

Gato Pardowski dijo...

Gracias, Arya!

Sabes que te llevo por doquier en mi abrazo...

Gato Pardowski dijo...

Gracias, Arya!

Sabes que te llevo por doquier en mi abrazo...