noviembre 04, 2009

Sobre el Camino (y la Desolación)

Hoy camina por la vereda que ayer fue lozanía, por los verdes fértiles desperdigados por los suelos, aún eternos. Hoy sale a respirar el aire extinto, la nebulosa espesa y gris que se anida en sus pulmones. El rayo de sol no hace más que cegar su destino, los arboles no parecen ya aferrarse a la tierra, las miradas infantes le interrogan al pasar, cruelmente.
Duele vivir y también duele morir. Duele un día despertar y saberse vivo, duele (y a veces más), despertar del todo muerto, seco, agusanado y podrido sin nunca, quizás, haber vivido unos minutos.
Camina, pues, ya sin pies, autómata programado en desvarío; los ojos cerrados (ciegos, ¿ya para qué abrirlos?). La basura, la hojarasca debajo de él, la mugre que se impregna a su paso, en perfecta ironía, y que le brinda una barroca reverencia, con cirios encendidos y la humareda de millares de anafres e inciensos consumidos. Maquillaje de alquitrán mascarada terrible, concebida para él.
De pronto una mujer le intercepta, le toma del brazo. Su lengua moja levemente sus labios sin carmín, y con su beso, logra acallar la letanía de su pensamiento, el vocerío surgido de sus adentros. El sonido de una xilofónica lágrima, que salta hacia ellos. Caricias dulces y efímeras su mano le prodiga, le dice al oído (divino susurro): “Sonríe”, y entre la bruma recién creada, desaparece, sus pies ligeros emiten un suave eco, ya en lontananza.
Entonces él respira hondo (ya sin ella), e intenta llenarse de algún “no se qué” que le aligere el equipaje, afloja el estrangulador nudo de la corbata y en línea recta, sigue el boceto que ha de recorrer como único camino. Mete la diestra mano al bolsillo interno de su chaqueta, y agenda una cita, como siempre a solas y se dice “una más”, mientras sus manos ya no están, se han ido, al lugar menos pensado quizás, en busca de un pecho anhelante que acariciar.
Sin manos ya, ni pies, su pensamiento al fin reina, como único tormento en sus oídos y resuenan los planes fallidos, el futuro frustrado que hubiera sido mejor como siempre lo había sido, incierto. Su lengua, articulándose en extraños movimientos, ya no conoce las palabras, los sonidos; emite a caso, guturales (y animales) ruidos. Ruidos obscenos, aunque sin llegar a ser lascivos.
Por fin, llega al final del camino, que sin embargo es el principio del mismo. Sobre la cama se tira y arroja las maletas del vicio…

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