julio 18, 2021

Análisis

Siempre he sido un tipo
que sin gustarle siquiera,
profesa el análisis, el pensamiento, 
la objetividad absurda de lo subjetivo,
por lo tanto siempre estoy en guerra, 
sopesándolo contra mi sentimiento.

Sabes, escribo
para confirmar que sigo vivo,
para tratar de hallar alguna razón en mí
y algunas veces para hacer apologías;
la apología no es más que disculpar
esa sombra terrible llamada culpa,
no es más que un autoengaño vil
para darle sentido a la propia vida,
porque el perdón nos otorga cierta paz.

Yo no tengo problema con ello, 
a pesar de lo estúpido que parezca
mi letra, mi razón y mi corazón entero, 
a diario buscan sonreír mientras pescan. 

Me han llamado hijo de puta tantas veces
que debería por salud propia creerlo,
pero no es así porque tengo un credo
y la certeza que acarrea mi muerte.

Casi nunca digo lo que digo sin pensar,
pienso tanto siempre en la validez 
que puedan tener mis argumentos
y a eso le llama mi caracola de mar,
aunque pueda parecer una insensatez
o la frialdad del que no tiene sentimientos.

Y es por eso que difícil batallar conmigo,
porque sé doler y sé aguantarme el dolor, 
he sabido comprimir mi corazón
haciendo apología de mi cinismo.

Mi pecho es una púa lacerando mi frente, 
la sonrisa y el latido, las propias ganas
de dejar de ser un tipo inclemente, 
buscando encontrar la eterna calma. 

Y ahora la vista se me empaña
y el llanto en mi estalla. 

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