noviembre 17, 2020

Mal trato

- Anda gato, esta es la última -
me digo, tratando de darme aliento, 
pero a veces es más gris
el alma que la vaguedad de la vida,
y sí algo sé, lo digo sin cinismo
es que he sido y soy un ser soberbio, 
auspiciado por el tabaco y la bebida
en los que camuflo un tanto febril
y otro tanto ajeno, 
algunas veces interesante
para quien gusta de la estampa
del que se esconde cual cobarde, 
mientras su corazón se derrama
solitario y cabizbajo, 
esperando siempre anidar en esas tardes
en las que no estoy borracho
y me brilla de infinito una tierna calma. 

- Anda gato, tú puedes ser libre aún -
me digo y me palmeo el hombro, 
y me enternezco al escucharme
porque jamás he tenido esa certeza, 
porque no me significa nada la cruz
ni los caminos que a oscuras rondo, 
porque mi talante no puede castigarse
comiendo un pastel sin cereza. 

- Anda -
me digo y sin quererlo 
me maldigo
y tomo un trago
que después de unas horas
se verá multiplicado 
y no habrán panes ni peces
sino un cardumen de otroras
y de tantas auroras que no dieron creces. 

- Anda, aún puedes brillar -
me digo, pero quizás solo soy
uno de esos imbéciles
que olvidaron como se esquiva
el estertor y la desdicha
por no tener latidos fértiles
ni confianza en la sonrisa de un sol
que tan solo pretende la mar. 

Sin embargo, 
debo seguir andando
mientras finjo
que puede aún el gato
y el hombre que lo habita, 
que aún me quedan fuerzas de vida
y que me alejaré del alegato
en el que mi pensamiento rimo
mientras mastico un: "sin embargo"
para seguir, sin más, andando. 

- Anda - le digo al gato. 

- Anda - me dice el gato. 

Y parece no haber trato. 


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