octubre 28, 2009

Reflejos VII

Te veo ahí, cual figura emancipada de los Dioses, de los demonios precoces, de cola enjuta y rizada. Tus ojos no brillan ni buscan consuelo, tu pecho ante la aurora palpita y tus manos inquietas, a tientas buscan algo en el suelo. Buscas, quizás, eso que nunca encontraste, eso que nunca tocaste, el aire que desde el sur, celoso sopla los bríos que no llegan y tus cándidos suspiros, no se acoplan. Sigo mirando, tus tintes descoloridos, tus ademanes vacíos, tu aura que oscila, que de pronto ha perdido la vida. ¿Te gusta a caso, la vida? Tus garras se aferran, demasiado a la muerte. ¿Será que ella, de alguna manera te viene bien? Las sombras y el misticismo de no saber el significado, real y absoluto del ser, y la influencia Lunar, también; ¿Lo pagano, lo profano, aquello que tiempo atrás en la hoguera debió de arder? ¿Dime, quién eres y de dónde vienes? ¿Por qué me llevas del Edén a los sinsabores? ¿Quién, hacia mí te ha mandado? ¿Qué misión te han encomendado? Pero sigues ahí, con el alma a medio mutilar y con la melancolía hasta los huesos, escuchando el eco propio de mi voz, con la ironía de tu risa leve, a la espera de que caiga sobre ti (sobre mí), el brillo de la hoz...

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