-me digo y a la vez me pregunto-
¿Vulgar, es lo que piensas?
-Tengo casi certeza de ello- me digo
y entonces la noche me abraza,
me bebe y me sepulta cual difunto
sin guirnaldas ni alguna presea
y vulgarmente me maldigo.
¿Qué tan vulgar es la vida
que me somete cada noche a la bebida,
para poder al menos dormir
con la esperanza de un buen día morir?
Pero el vulgar soy yo
-lo sé de sobra-
y aunque busco a toda costa mi utopía,
algunas noches siento que el corazón,
francamente me estorba
para deleitarme con ambrosías.
Me rebusco en los bolsillos
y aún he de encontrar en ellos mi alma,
una moneda, un arrugado cigarrillo
y este modo vugar del que ama.
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