El último subterráneo
pasa a las doce y es tarde
cuando abordo el último vagón
y sin embargo,
pese a mi nada parece esperarme.
Media docena de homosexuales
que se saben de pecado libres
un invidente que toca la kena
-o quena, no se cómo se escribe-
dos camareros de restaurantes
un solitario y sombrío poeta
y una anciana que su bolso cose.
Y así, mis malditos días.
Me desanudo la corbata
desabotono mi camisa
y no entiendo cómo
no se me fuga el alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario