La mujer más hermosa del mundo
guarda en sus labios el brillo
y cierto bienestar en sus caderas,
escucha a los poetas inmundos
declamando su voz de rastrillos
saliendo de pestilentes coladeras.
Baila sujeta del talle de la noche
y en las coyunturas de los mares
diestramente se quita las ropas,
bebe la ausencia ante fantoches
y recarga su pecho en aquellos lares
en los que el poeta le brinda su copa.
La mujer más hermosa del mundo
sin piedad y ante un billete verde
procura regalar febriles besos
sin relojes marcando los segundos.
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