Una tormenta de arena
se avecina en el desierto
donde se han hecho polvo
y sangre los mejores besos.
Cierro los ojos
-respira, gato-
dicen las sombras
y a la luz del desencanto
un poco, sonrío.
Ni cúmulos ni estratos
enajenados me socorren
ni el mar me surca
como antes las mejillas
y esto no es más
de lo que jamás he tenido
una bola de pelo en la garganta
y centenares de malos poemas
disueltos en ron
y embadurnados de mierda.
Es duro estar a solas
a mitad del desierto
esperando que la arena
cubra mis penosos restos
sin aquella aquella columna
que dio grandeza a san Simón.
Nunca pensé decir esto:
Espero que mañana
salga radiante el sol.
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