Algunas veces amablemente prengunta
-algún despistado que me lee- por mí
y por el furor decadente de mi poesía
y no hago más que quedarme callado
encojer los hombros y encender un cigarrillo
que sirva de guía para tanto camino
de noche embriagado y malandado.
No soy más que la razón de la sinrazón
y en las paredes acolchadas de las clínicas
donde los locos sobreviven de lástimas ajenas
se gestan estas letras oscuras y cínicas.
Debo encender otro cigarrillo...
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