No sé, puede que sea una idiotez,
pero me gustaría que supieras cómo estoy
a estas horas tan plagadas de bombillas,
que supieras cómo es que al cabo soy
después de hacer el amor con las sombras
que abrazan esta habitación, con dios
y con el diablo al poker jugando
entre el cúmulo de poemas y ropa sucia
en el más tibio y enmohecido rincón.
Hace dos noches que sueño el mismo sueño
y en ambas veces tu boca es quien sonríe
cuando me llega el alba y entonces tiemblo,
tiemblo de amor y tiemblo de vicio y de muerte
y de tantas ganas amordazadas en silencio
por la hoz de una luna que intenta tenerte,
aquí, conmigo, orgullosa de tu imperfección,
del daño a solas hecho bajo el ombligo.
Me gustaría, también, que el zigzagueo
que sigo a media noche hasta el culo de borracho
no me esbozara un intento de precoz de funeral,
ni tratara de besar tus pies por no tener
los suficientes tragos para adormecer la noche
en la que el poeta que escondo bajo el disfraz,
sólo pretende entre tus pechos el verdadero ser.
Me gustaría, y es una estupidez,
que me llevaras la mano de mi pluma a tu sexo,
de la ausencia soez, a los labios del pasado
en el que aún si es de noche, bajo el vientre
me crezco a la manera de los enamorados,
a la manera de los idiotas que siempre
van dando tumbos y se sienten poetas
cuando se les acaba el último trago.
No sé, puede que sea una excelsa idiotez,
pero me gustaría que al menos lo supieras.
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