Triste es la lluvia de esta tarde y el cielo
amarillento y gris, si se nos viene encima
cuando el chacal se aleja de prisa con un trozo
entre las fauces de nuestra propia carne,
por la vereda del ayer embalsamado en sofismas.
Nada sabe entonces el mundo del perdón
ni de la caducidad de una docena de besos
guardados del polvo en solitarios anaqueles
añorando por la mañana los rayos del sol.
Han pasado tras de mí los años de mirada
lozana y ahora recae sobre mis hombros,
el punto medio en el que el hombre enlaza
el pasado y el presente a pesar de la espuma
por la boca derramada; y entonces no soy más
que este fakir de la embriagada palabra
y un certero loco, un alimentador de quimeras
que me viven dentro del mar por los rincones
que habito a solas para ser quien soy.
Ya no me cabe en las manos la lágrima vegetal
de aquello que entre las sombras me sonríe
y me muestra la fiereza de mis propios deseos
sujetos a tanto mal, a tantas noches a solas
en las que bebo la sangre carmesí de los días
que sólo ocasionan porosidad en los huesos
y tragedia desde la lengua, que te predice
hilvanando despertares con voz de caracolas
con los pies desnudos entre ríspidas alfombras.
Ya sabrás entonces de mi egoísmo, de mi cantar
atolondrado, de mi querer desde el cinismo
radicado en la rotunda necesidad de amar,
de beber ambrosías de una boca y de un pecho
que me irradie entre tanta maldad lo bueno
de vivir entre la letra que me mantiene nocturno
y la sal de las paredes haciéndome versos.
Pero tu, en tu belleza eres febril y rosa certera,
y un adorable conductor de noche a mis letras
que mendigan miradas y pechos desangelados
en los que el silencio es una mancha azul
de inacabados tormentos, cuando no te tengo
ni te sé colgada del suspiro de la luna
que esta tarde me arremete en un gris sentimiento.
Y entonces te escribo un te amo sin pretensión
de grandreza ni proeza en estos terribles versos,
cuando los tragos me calientan las tripas
y en soledad me han de sobrar los blancos huesos
plagados del nácar todos aquellos espectros
que cuando te nombro, se me vienen encima
para cubrir mi sueño de besos sublimes y tersos,
por que has sido y eres la razón contrapuesta
de un funeral y un estas ganas mías de amar
aún, cuando dudo de tener un puñado de corazón
blandiendo el blanco mis días y de su sal.
Pero empieza a oscurecer en estos lares
y no es que quiera creer en mejores levantes
ni en esta barca mía tan siempre a la deriva,
sino que requiero un abrazo cierto del sol
en el albor maloliente de lo que requiere dicha,
inmerso entre luces de neón y ganas de amante
que nunca fueron ni son, más que retrato del hoy
germimando en el asfalto de aquello faltante.
No sé por qué tanta palabrería me hace alarde
de sombras insumisas y ciertamente cobardes,
cuando me tiembla terrible entre los labios:
un te necesito cuando no estás y un duro te amo
que se aloje entre tus nítidas costillas
dadoras de amor lácteo en bandeja para un gato
embriagado en su maullar de ron y nicotina,
de aquellos besos mascarados dentro de un barril
en el que el eco, no hacía más que hablarme de ti.
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