"Poco puedo decir ante esta luna
en la que incluso mi nada
reflejada al medio día de tus ojos,
resplandece una pasión nacarada
en la que tibiamente sonrío y sobrevivo,
en la que sin hacerlo tu nombre escribo
para salir ileso del cielo y su hondonada..."
Gabriel Salinas.
En el mismo peldaño de mi escalera
predilecta, he de quitarme saco y corbata
y la supuesta grandeza del disfraz de hombre de bien
que de día por costumbre visto,
para volverme polvo y sangre derramada
sobre la imposibilidad de mis lágrimas.
Poco soy, quizás un cúmulo de polvo
o el peor de los rostros sumergidos en el lodo,
quizás un poco menos, quizás un poco más.
Resulta inconfesable esta voz de bajas luces
y su necesidad de ser el blanco de la lumbre
de un pecho que predique para sí el más,
a pesar de la contrariedad del oleaje
en su vaivén que muertos y malvas quimeras
conjugadas en el estertor del verbo amar.
Pienso entonces en ti
-tengo a pesar de los años esa mala costumbre-,
en mi sobrada ausencia en la que te has metido
para cantar junto a mí
las canciones en las que no mentimos
y sólo somos una molécula impensable,
un arrebato de besos y furtivas caricias,
mientras sigo pensando en ti.
Y entre la fatalidad del suicidio
y esta letra que se calla al no encontrar
la forma ni el papel más puro y blanco,
me arrancó pétalo a pétalo el pecho
para esbozar con franqueza,
este vacío, este amor cabalgado
a cuestas de la luna a un certero barranco.
Es en tu boca y el candor exquisito de tu abrazo
donde sueño con plegarias y salvos rezos
para que sea mi cuerpo, contigo, quién suplante
el palpitar labio a labio de mis lúgubres trazos
en los que te llevo, y sin más, de noche te beso.
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