En las aristas de la noche
un diente de león muere
atizado por los vendavales
que acurrucan la soledad
en su fresco y fiero regazo.
Muy poco queda del mar
del cristalino oleaje
de los multicolores peces
de la sonrisa guardada
en mis mercantes bolsillos.
Mi habitación a solas
mis botellas vacías
en un lúgubre rincón
mis ojos apagados
mi aliento embriagado
mis manos
mi boca
dando aire a otra boca
que no es
sino
la de un diente de león.
Y nada más.
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