Ahí estaba yo
y dos cipreses
levantaban lentamente
mis pasos tras de sí.
Pude escuchar, a lo lejos
que el viento reía
mientras silbaba
una canción de amor
y también
de inquebrantable herejía.
Incluso el desencanto
algunas noches duerme
sobre el diván serpenteante
de una reciente alegría
y le da un portazo
en las narices a la muerte.
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