Doña Irene siempre fue dura
no conmigo pero sí con el mundo entero
regaba por las mañanas sus plantas
-en su mayoría verdes helechos-
y el tronco de una fértil higuera
calladamente sabía de sus faltas
y también de sus fantásticos sueños.
Doña Irene sabía de conjuntar la magia
de la alquimia de tener siempre unido
al mundo tan diminuto que la rodeaba
ella sabía de tanta sutil magia el motivo
y era siempre por el cual nos regañaba.
Doña Irene ahora escucha los norteños
en ese rinconcito de cielo que le tocó
como morada del anhelo de sus sueños
que la despertaban a las cinco de la mañana
para barrernos de tierra el corazón.
Siempre que veo un verde helecho
a Doña Irene fumando recuerdo.
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