noviembre 17, 2015

Azul

Hace algún tiempo
conocí una puta de caderas anchas
treinta y cinco años, quizás
tres hijos de distintos cabrones
y senos aún firmes de talla media
latiendo cada noche entre borrachos
por el eco de la ola más bella del mar
morena y francamente hermosa
que gustaba de salir a fumar
del aquel bar que marchitaba las rosas
cada que un borracho pedía un trago.

Yo fumaba con ella y ella sonreía
cuando decía idioteces y la abrazaba
siempre por arriba de la cintura.

Se hacía llamar Azul y el café de sus ojos
eclipsaban al borracho más sobrio
en busca de un final alegre y en blanco
con la conciencia en calma y de tul
vista a través del último trago.

Hace meses que cerraron el bar
y el llanto de las putas sin trabajo
se confunde con la voz de la mar.

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