Persiste una enredadera malva
rondando la delgadez de mi cuello
y los designios que me llaman muerto.
Dios cada noche juega a las vencidas
con el diablo de la cola colorada
y siempre pierde la aureola y la nube
que ahuyenta de mí la hondonada.
Grito fuerte y callo mis labios
cuando te nombran a media calle
desnudos ya de poetas y sabios.
Me hago de pronto un jorongo
de ron y sueños de tenues estrellas
buscando un cobijo y fulgor etéreo
tras el portazo que el latido me cierra.
Y es mi cuello el perfecto blanco
para incrustar la maleza del verso
y mi pecho a pesar de todo tan terso.
No debo juzgar a nadie y sin embargo
juzgo a todo aquel que me llamó poeta
por que latieron conmigo y creí
que mejor la letra a la escopeta.
Y a pesar de esta singularidad
que irradia oscura en la suerte
debo decir que os amo de muerte.
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