La flor que me cobija
trae espinas de alquitrán y de muerte,
de hoscos y temerarios paisajes
por los que no pasa nunca la gente
y donde el sol es un dato que hipnotiza.
Soy de aquella extraña especie
de los aún en la ferocidad de los tiempos
se mueren de ganas, pese a la nada
vilmente arraigada en lo soez del sentimiento.
Pretendo crecer sin creer en el bulto
que sobresale en mis pantalones de diario,
ser menos mezquino y menos estrafalario
de este pecho que se ensimisma en el luto.
Y en la estela de la vida descorazonada
late mi pecho y son mis certeras manos
las que buscan la mentira desfachatado
para sentirme un poco bien y menos malsano.
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