Sabes, yo ya no sé vivir de otra forma,
de otra manera
y en mis miradas nocturnas
sólo puedo contemplar
los acantilados de la luna
y el brillo de de una estrella
que alumbra un arbusto en la casa vecina
simulando la silueta de un gato.
No tengo fe y sin embargo
en mi carrera tengo miles de tejados,
dos o tres ideas que a veces resplandecen
y mi ausencia tiritando de frío
en una blanca escalera.
No tengo un credo
ni un dios que me levante
cuando muerto estoy
mirando la vida
entre los cristales transparentes
de toda esta horda de botellas vacías.
Y afuera sopla un viento
con labios de hielo
que hace que parezcan
un tanto tibios mis adentros
en los que mis demonios visten
aureolas y maquillan
su escupitajo de fuego.
Soy un alcohólico que se dice
y se siente y se ha enfrascado
en el rol de un citadino poeta,
pero no más, aquel cabrón que se vistió
de gris cuando en su ojos no pudo más
que reconocer el oleaje del mar
y cuando sobrio,
recorre el sendero de la esperanza
a través de ignorarse las ganas versadas
de ser y terminar siendo un oscuro poeta.
Nada es fácil, ya sabrás
y vivir inevitablemente duele,
en el pecho, en las manos,
en algun obtuso siempre bajo el vientre;
vivir como el que nada tiene.
Y yo pudiera ser feroz
y tratar de amedrentar el latido
que me viene quemando por dentro
y degollarme con la luna y con su hoz,
pero antes de dormir te pienso
sentada en la gloria de lo que no se ha perdido
y así, macilento comprendo
que tan dentro te me has metido.
No lo sé, quizás supongo
que esta nocturna perorata
solo ha tenido el fin de informativa,
antes de que me coman la lengua
y las manos las grises ratas.
Yo ya no sé vivir de otra forma
y mis demonios te nombran.