Te mereces mucho más que mi gracia
innata de caer a quemarropa y desnudo,
a los lagos donde son mis manos desgracia
y mis ojos, la necesidad de ver la nada
pendiendo del cuello de un voraz nudo.
Tú mereces a dios venciendo a los diablos,
luces blanquecinas, besos que te sean salvos,
una caricia detenida a mitad de tus labios
y no la flagrancia de este latido malvo.
Y sin embargo, embriagado te escribo
para decirte que entre tus brazos quemantes
de golondrinas que buscan en los mios hospedaje,
soy el mismo muerto que contigo se siente vivo.
Y así, estos tiempos y estas horas
en las que el mar huyó intempestivamente
de mi voz resuelta en blancas caracolas.
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