Hay un poco de consuelo en saberse vivo,
en mirar tras la ventana del autobús
que afuera, entre los muertos de diario,
logra una luz despejar el hedor y la fauna
que cae del cielo con negras alas
y da siquiera respiro al cuerpo de su sudario.
No somos sino un bocado perfecto
entre las fauces de siniestros lobos.
Por la mañana al afeitarme
recibí dos cortes de navaja
y la sangre era como salvia derramada,
un rojo y caliente manantial,
un descanso para el alma.
No somos sino carne que espera
en una eterna cita los fieros gusanos.
Y sin embargo, esta noche en que escribo,
hallo un poco de consuelo al saberme vivo.
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