Con mis escasos años, aún trepando
por la cuesta como un educado mono,
con la intermitencia del brillo de mis ojos
después de la resaca matutina y el sol
de diario, con la ausencia tan marcada
cual flagelo a mitad de la espalda y mi dios
que huyó cuando la sombra echó el cerrojo
y probaron mis labios la caña destilada,
con mi boleto sellado del autobús que conduce
al diablo, con esta confidencia de mi garganta
hecha nudo y la extinta lágrima que produce
esta pretensión absurda de cenizas al aire,
con mis letras que a mar y a sal sólo saben
en las esquinas puntiagudas de un solitario bar
en el que el fuego y la humareda siempre caben.
Con la punzada de lleno en el frío de mi costado,
con la copa a pesar de la derrota y del invierno
en lo alto, con la certeza de todo aquello incierto,
con el manzano de mis sueños dando frutos
a mitar del infierno, con este innegable mestizaje
del que disfruto inmerso en los oscuros suburbios
buscando maridaje, con mi pecho nunca cierto
entre las olas de un océano feroz y turbio,
con este aroma cimbrando la acera a tabaco,
con mi letra y la vocación asesina de mis manos,
con la brújula que apunta su aguja hacia el vientre
del nunca esperando el siempre, con mi boca callada
ante la voz que viene a cantar el blues del desencanto,
con mis ganas viniendo a decir mi alma descalabrada.
Y no te miento como lo hace mi propio fin
cuando viene a mí y a mis noches decadentes;
algunas veces espero suculenta la blanca muerte
y otras tantas, tan sólo espero por tu boca y por ti.
1 comentario:
No te diré más que gracias, Gabriel.
Gracias entonces, gracias, siempre.
Un beso con el abrazo.
Ío
Publicar un comentario