CXI
Tengo un sueño donde siempre amanecen
demonios desnudos tocando el arpa,
un sueño acariciado por las zarpas
donde dios entre su gloria perece.
CXII
Me gusta entre tus labios escucharme,
sentirme, vivirme, volverme cuerdo,
pacificarme para después tensarme,
suicidarme con la soga del recuerdo.
CXIII
Trece minutos me bastan
a estas irremediables horas,
para tirarme de cabeza
por la más cercana borda,
para refutar un padrenuestro
a la luz de dos tristes velas
que tiritan de miedo ante la sombra
incivil anclada a la piel como sanguijuelas.
Trece minutos me bastan
para recitarte el pecho entero
entre jadeos y mansas caricias
disueltas entre mis fatuos senderos.
CXIV
Tienes razón al pensarme un patán
por abrir la boca cuando tu pecho aboga,
por las fauces del más terrible leviatán.
del destino, en las que tus besos se ahogan.
Tienes razón cuando dices
que mi corazón se perdió
entre vuelos de perdices.
CXV
Habemos los que disfrutamos
la soledad y su guante blanco,
el silencio incipiente recostado
en la espalda de lo nunca dado.
Habemos quienes rompemos el mar
a costa de espumas cristalinas
por no saber manera distinta de llamar
al corazón perdido tras bambalinas.
Habemos los que perdidos
buscamos en lontananza la mano
de ese pasado empedernido
que nos besó con un toque humano.
CXVI
Después de tanto vals
una espesa calma perenne
me agita las entrañas
y es la letra la que sucede.
Y no hay más,
me susurran los vasos
que voy dejando atrás.
CXVII
Debes intuir mi locura, mi latido
insomne esperando en carmesí
la aurora con promesas de cura;
el viento que me encuentra perdido
en el recodo de las alas del colibrí
en el que el diablo tu nombre murmura.
CXVIII
Muy a menudo
la Muerte me saluda,
se sienta a mi lado
y bebe conmigo un trago.
Ayer murieron dos cristianos
entre fierros y vidrios rotos
y ella sigue sentada a mi lado
bebiendo sin mayor alboroto.
CXIX
Y yo aquí escribiendo
entre sombras que me encuentran
en el nácar de la ausencia,
he de anclarme a la inocencia
en la cabe un distinto después.
Bajo las olas se revuelven
los demonios que revisten
a medias luces el ser.
CXX
Un Sabina cínico
y sonriente en la pared,
una pintura
con extravagantes colores,
una botella
de ese elixir nicaragüense,
un aroma a café
recién quemado,
la charla, los atardeceres
metidos a madrazos
por la ventana,
el hambre del pescador
que ha perdido sin saber u
n día cualquiera su onírica red.
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