Yo le daba una moneda a diario
la depositaba en su sombrero sucio
y con ello le deseaba suerte.
Nunca pude calcular su edad
pero era contemporáneo de Matusalem
tenía un bigote blanco cargado de sal
y nunca cortaba las uñas de sus pies.
Una vez me invitó un cigarrillo
-fumaba de los caros-
y yo de buenas a primeras lo acepté
sintiéndome un menudo pelmazo.
Nunca más le di una de mis monedas
para seguir pagando su sueños de seda.
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