Vino la ola a besar con sus labios la arena
y nunca más pensó en regresar donde las crestas
han de darle un cuerpo suntuoso a la mar.
Vino el pájaro azul a volar los grisáceos cielos
con la consigna de hallar un dios imperecedero
y un mendrugo de gloria para su fino cantar.
Vino por la mitad partida una amarilla luna
y rondaba su forma mi niebla y mi espuma
en la que amarillento preciso del todo amar.
Pero francamente
he de aceptar desde mis aposentos,
que la gracia es poca cuando escribo
y los demonios me beben sedientos
cuando yo mismo bebo para sentirme vivo,
cuando hablo de la hoz de la luna en el cuello,
así, literalmente.
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