Exquisito es el cuerpo que devoran
las larvas después de ser pupas
y antes de ser moscas aladas,
pecado venial entre las heces
de un gigante que se desangra
con alfileres a su piel enganchada.
Aquí es donde las tumbas recrean
mejores tiempos y fieras carcajadas,
la cuna que llora al hijo perdido
el lugar donde se añejan las llagas.
Matamos colibries y de su pico
hacemos finísimos mondadientes
mientras nos graznan canciones
con el mismo preludio de muerte.
Pocos saben de mí mientras lloro
o insensatamente sonrío sobre la ola
que lleva a cuestas mi tristeza
y mi melancolía, que tanto viene
y va descalabrándome el pecho
o el filo de los codos en cada lucha
a mitad del mar y a mitad del día.
Más exquisito es el cadaver del hombre
que se resiste de lleno a morirse.
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