Es la hora en la que canturrea febril
aquella Muerte de manos finas
que siendo Mayo precisa Abril.
El cuerpo ya sin calor ni vida
espera indefenso a los deudos
y el beso de una Mujer prohibida;
descanso en un cielo con feudos.
Es la hora, y me miro al espejo
cuando refleja la sangre en mi gesto
la calamidad de los bares cerrados
y el mar que rememora a lo lejos;
mientras un Whisky me tiene dispuesto
al hallazgo de un albor lacerado.
El alma ya vacía y etiquetada
por los días, ha de ofertar caricias
y aureolas siempre manchadas
del despertar colmada de malicia.
Es la hora en que la carne
ha de temerle al temblor
que sucede en las nubes
en la víspera del viejo albor.
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