Ojalá mi nombre
no sea de aquellos
que se escriben
con mala ortografía
tras la puerta
del sanitario de damas
intentando borrarme de sus noches y sus malvos días.
Ojalá,
así sea...
Ojalá mi nombre
no sea de aquellos
que se escriben
con mala ortografía
tras la puerta
del sanitario de damas
intentando borrarme de sus noches y sus malvos días.
Ojalá,
así sea...
Prefiero la verdad que apedrea
a la mas inocente de las dudas,
pues son ellas las que matan
y elucubran la sal de mis días.
Ayer me declaré feliz como los muertos
mientras cosechaba un par de sueños
cargados de sol, en mi sombrío huerto.
Y entonces la comunión con mi vaso
resulta más estrecha que la proximidad
de mis labios, que estos surcos
en mis ojos acrecentando mi edad.
Por que soy y no soy aquel imbécil
que te espera de noche en la escalera
que se baña por la finura de la cal
y por esa compañía llamada ausencia.
Vuelvo la vista a mis errores, al pasado
que me vomita completamente desnudo
y por las fauces sangrando, insumiso,
debil y al propio latido enmarañado.
Vuelvo al ayer y a tus caderas,
a tus pechos escarificados en mis manos
-en estas pobres manos-,
que nada saben sino crear paisajes
con la palabra, circunstancias crueles,
en su amén queriendo un abracadabra.
Mi falo, también yace por ti triste
y en las llanuras de mis sábanas
me vuelvo cada vez más gato
y pierdo mis rayas oscuras de tigre.
No tengo más nada lo confieso,
sino un signo de pesos y mis deudas
poniendo una gruesa soga a mi pescuezo.
Pero también te tengo a ti
enarbolando mi cause de ganas
copulando de lleno con mis dudas
a mitad de la noche y de un cuarto
para mí completa y total, desnuda.
Estoy bebiendo y es por ti,
por la lluvia y por la sombra gris.
Sigo siendo de aquellos que dan todo
y se quedan acariciando de lleno la nada,
la espesura marrón del espeso lodo
y esta querencia azul por ti encabronada.
Y cuando voy y vengo sin embargo devengo
en la penumbra de distancias que saben a sal
y en la terrible aurora en la que no te tengo
bordeando con tus brazos la cura de este mal.
Soy un poetastro y tu la Musa más franca
que me revolotea el vientre y el estomago
con la candidez incivil y trascendente de tus alas.
Lo demás ya te lo he dicho.
Exquisito es el cuerpo que devoran
las larvas después de ser pupas
y antes de ser moscas aladas,
pecado venial entre las heces
de un gigante que se desangra
con alfileres a su piel enganchada.
Aquí es donde las tumbas recrean
mejores tiempos y fieras carcajadas,
la cuna que llora al hijo perdido
el lugar donde se añejan las llagas.
Matamos colibries y de su pico
hacemos finísimos mondadientes
mientras nos graznan canciones
con el mismo preludio de muerte.
Pocos saben de mí mientras lloro
o insensatamente sonrío sobre la ola
que lleva a cuestas mi tristeza
y mi melancolía, que tanto viene
y va descalabrándome el pecho
o el filo de los codos en cada lucha
a mitad del mar y a mitad del día.
Más exquisito es el cadaver del hombre
que se resiste de lleno a morirse.
Soy borracho
empedernido fumador
y una caduca estrella
posada entre tus manos.
Un deudor de lo bancos
el punto exacto donde tus pies
tartamudean, el óxido cruel
que abraza el camino hacia el dorado;
soy y no soy aquel que el pecho
te entrega sin envolver para regalo,
la sombra multicolor,
la sacudida que antecede
al temblor de las manos
y el amor que siempre me procede.
Soy la hojarasca que reverdece
a mitad de la curva de tu cadera,
el dios que siempre pretende
hallarte sina mirar mis calaveras.
Soy borracho y mi letra ha de sangrar
cuando te recuerdo sonriendo
metida entre callejones lúgubres
que nada saben de ti y la ausencia
proclama glorias a mitad del vaso
que se encapsula la indiferencia.
No puede más y de noche este abrazo
que decirte a quemarropa un te amo.